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MUSEO ETNOGRÁFICO ARTZINIEGA: El corazón de una villa

Actualizado: 22 abr 2020

Conocida como “la villa medieval”, Artziniega ofrece un viaje a su herencia del pasado. La Torre de Artziniega, el Ayuntamiento Viejo del siglo XIX o sus tres famosas calles declaradas Conjunto Monumental Histórico en 1995, son algunas de las zonas que componen el exquisito patrimonio de la villa. Pero la identidad de Artziniega no solo recae en el exterior de sus edificios, construcciones de diversos estilos o en su casco histórico medieval. Si de verdad pretendes experimentar un recorrido en el tiempo, no puedes dejar de visitar su Museo Etnográfico.



Todo comenzó en 1984, cuando un grupo de vecinos del pueblo tomó la iniciativa de comenzar a guardar herramientas de campo que pronto dejaron de necesitar. Una cuadra inutilizada sirvió de espacio para crear lo que con el tiempo se convirtió en una recreación de los modos de vida de la comarca de finales del siglo XIX. En el año 2004, el establo resultó demasiado pequeño para la cantidad de objetos donados por los vecinos por lo que, con esperanza de preservar ese diamante en bruto, se trasladaron al antiguo colegio de Nuestra Señora de la Encina.


Este edificio ha sido, durante 15 largos años, lugar de refugio de auténticas máquinas, utensilios, herramientas y mobiliario utilizado en el pasado y guardado hasta la fecha. Los objetos están meticulosamente colocados a lo largo de 17 amplias salas fielmente ambientadas que esperan la curiosidad del visitante.


Una visita al pasado


Tras la puerta principal de madera, sentimos como avanzamos al interior de un edificio y a su vez, retrocedemos en el tiempo. En el recibidor, las guías Susana y Ainhoa nos esperaban atentas. Fue Ainhoa la que, en este caso, nos acompañó hasta el punto de partida de esta visita en el tiempo. En la antigua capilla del colegio, realizó una breve introducción sobre la historia del museo, las donaciones y normas de la visita.

Estructurado en dos plantas sin barreras, el edificio muestra la disparidad entre la vida rural de la zona mostrada en la planta baja y la vida urbana o rica exhibida tras subir las escaleras.


Haciendo referencia al emblema del museo “El ser humano nuestra razón de ser”, todo el espacio está plenamente relacionado con las personas, sus creencias y forma de vida y su organización social, logrando así un reflejo fiel de una realidad pasada.


Un telar, robustas máquinas de coser antiguas, el cuero de los bocetos del zapatero y el cáñamo usado para las alpargatas son los protagonistas de la primera estancia.


Nos cuenta Ainhoa que, para ella, lo más curioso de las visitas es ver cómo personas de edades más avanzadas relatan historias de cuando, en sus épocas, manejaban todas esas herramientas y, en cambio, los niños no cesan en buscar el “por qué” o el “cómo” de su uso. Aun así, ambas generaciones recorren las salas con un entusiasmo que ella, como parte de la villa, agradece.

Continuamos la visita en un patio exterior cerrado donde guardan la joya de la corona: un viejo lagar culpable del mejor vino de la zona.


El caserío es la siguiente parada. De primeras, el olor a madera quemada nos transporta a las casas que nuestros familiares tenían y que siguen manteniendo en el monte o alejados de la ciudad. Unos chorizos madurando, pan, queso y unas sillas alrededor del extinto fuego crean un ambiente familiar digno de contemplar.


Un potro de serrar preside la cuarta sala de esta planta. Mientras avanzamos, dejamos atrás una enorme fragua. Nunca habíamos visto nada semejante. Ainhoa ríe y nos anima a acudir al “museo en vivo” que organizan, donde ponen en funcionamiento dicha herramienta. Una fecha más que apuntar. Al final de esta sala, un potro de herrar. ¿Habías visto alguna vez herraduras de vaca? Nosotros, hasta ahora, tampoco.


Unas escaleras y un ascensor llevan a la planta superior. Esta antesala, antiguamente, daba paso a los estudiantes a cada una de sus clases. Hoy en día, está decorada con vitrinas que esconden los antiguos instrumentos de la Banda Municipal de Música local y los juguetes que probablemente pertenecieron a los más pequeños que pisaron este edificio. ¿Cuántos de ellos has llegado a conocer tú?


Una puerta contigua nos da la bienvenida el mostrador de una farmacia que estuvo en funcionamiento entre 1910 y 1979. Ainhoa nos relata, siempre deseosa de contarnos historietas, que muchos visitantes reconocen la farmacia y bromean llamando a voces a su antiguo dueño. Tras tu visita, coméntanos cuál es su nombre ;)


Cruzando la rebotica y dejando atrás la barbería por la que muchos hipsters se morirían, llegamos a la tienda de ultramarinos y el bar. Un espacio en el que las partidas de mus y el vino comparten sitio con un negocio que recoge tantos productos que podríamos habernos quedado horas observando cuántos de ellos recordábamos. ¿Quién sigue usando jabón chimbo?



Atravesando una pequeña estancia dedicada a la historia de la villa, llegamos hasta la escuela. Una docena de antiguos pupitres y la mesa de la maestra son el centro de atención de la habitación. Aun así, son los detalles lo que llaman el interés de los visitantes: batas escolares en el perchero de madera, libros, deberes… ¿Alguna vez habéis hecho un trabajo de clasificación de hojas de árbol? En esta época lo hacían sobre las cortezas. Busca el trabajo sobre uno de los pupitres.


Una cocina, habitaciones y un inmenso comedor ponen el broche de oro a este recorrido.


Nos sorprende la buena conservación de cada uno de los objetos que se han donado para dar vida a este proyecto. Aun así, una de las cosas más sorprendentes fue la meticulosidad con la que han tratado cada detalle y, a su vez, la naturalidad que transmiten.

Cada sala está tan cuidadosamente preparada que han conseguido crear un entorno fiel en el que algunos visitantes podrán viajar fácilmente a su pasado y otros, podrán conocer verdaderamente la forma en la que vivían los anteriores.






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